martes, 16 de octubre de 2012

Viaje a la Alcarria - Camilo José Cela

El viajero cree que don Eustoquio exagera. Pastrana, sin vigías, ni aires marciales, ni espíritu guerrero, ni Edad Media, es una ciudad como todas las ciudades, bella como pocas, y que sube y  baja, crece o se depaupera, según los hados se le muestren propicios o se le vuelvan de espaldas. En Pastrana podría encontrarse quizá la clave de algo que sucede en España con más frecuencia de la necesaria. El pasado esplendor agobia y, para colmo, agosta la voluntades; y sin voluntad, a lo que se ve, y dedicándose a contemplar las pretéritas grandezas, mal se atiende al problema de todos los días. Con la panza vacía y la cabeza poblada de doracdos recuerdos, los dorados recuerdos se van cada vez más lejos y al final, y sin que nadie llegue a confesárselo, ya se duda hasta de que hayan sido ciertos alguna vez, ya son como un caritativo e inútil valor entendido.


El libro que nos ocupa hoy es un libro de viajes. Yo pensaba: qué buena combinación eso de viajar y escribir/leer, ¿no les parece? Si desde La Odisea que las narraciones viajan, y desde que hay libros que uno los lee en su caballo, avión o micro de larga distancia (o subte), no creo que  haya cosa más natural que juntar a los libros con los viajes. A mí me gusta mucho viajar y también me gusta leer, y he leído varios libros durante largos viajes, sentado en un asiento incómodo con una señora en chancletas al lado mío que parece que no durmió en los últimos cinco días porque se pasa todo el trayecto roncando. ¿A quién no le pasó? Este libro es buenísimo para revivir esos viajes que a uno le traen buenos recuerdos. Cuando lo empecé no podía dejarlo, hasta que cuando iba por la mitad me hice pomada con el skate y no podía caminar. Estar inmovilizado le saca gran parte del atractivo al libro, así que lo tuve en mi escritorio como dos semanas hasta que pude dejar las muletas y terminarlo.

Como les decía, en el Viaje a la Alcarria tenemos a un viajero anónimo que deambula sin destino ni itinerario fijo por las zonas aledañas a Madrid en 1948. La verdad, el viajero es el que menos importa, porque la Alcarria misma es un personaje en sí mismo y todo el tiempo nos llegan esos personajes típicamente españoles, de esos que siempre tienen un buen refrán en la punta de la lengua para hacerte un chiste y sacarte una sonrisa. El lenguaje es una dulzura total. Yo tengo la suerte de que este libro me lo regaló mi abuela cuando lo hubo terminado, y ella, que tiene un afecto especial por España, tiene la costumbre de marcar en los libros las frases que le gustan. A continuación, algunos ejemplos para que se deleiten:
-"A la buena de Dios y a la que salga".
-"Encontraría un corazón de par en par abierto, como las puertas del campo".
-"De todo hay en la viña del Señor".
-"A voz en grito".
-"Listo como un ratón de sacristía".
-"Brihuega tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro".
-"Yo ando a la que salte".
-"¡Pelillos a la mar!"

Me imagino que todas estas frases serán más comunes en España, pero a mí, como nativo de Buenos Aires, me suenan tan inusuales como ingeniosas y simpáticas.

Como en Viaje a la Alcarria se viaja sin apuros ni rumbo, no hay mucho más para decir acerca de la historia. Sí me gustaría llamar la atención hacia un hecho que a mí me parece algo injusto para con nuestro querido Cela. Resulta que nuestro autor fue señalado con el dedo cuando España recuperó el orden constitucional porque aparentemente Cela nunca se caracterizó por ser un crítico del régimen de Franco. Se dijo que su literatura no le tiraba ni un dardito. La verdad es que a mí me parece que sí. El solo retratar a la España de la posguerra era una acción crítica. Muestra a niños huérfanos pidiendo plata en la calle, gente desesperanzada que no encuentra trabajo, gente que disimula el hambre mojando el pan en el aceite de una latita de caballa, gente que se queja de que todo lo bueno va para Madrid, y gente que mira sólo al pasado, porque el presente no les da nada y el futuro mucho menos. El fragmento de arriba viene al caso, y en otro pasaje se critica a la idea del orden por sobre todas las cosas. Pensemos que Viaje a la Alcarria está situado en 1948, pero si uno lo lee de corrido piensa que está en 1848 (basta que hagan la prueba). España estaba mal, y mostrarla a cara lavada ya era una muestra de inconformidad.

Otra anécdota que me gusta cuenta que, antes de celebrar la obtención de la Eurocopa del 2008 y el Mundial del 2010, lo último que los españoles habían podido festejar en las calles fue el Nobel de Literatura que le dieron a Cela en 1982. Lo leí hace unos años y siempre me llamó la atención, ¿realmente saldría un pueblo a festejar que un conterráneo se llevó un Premio Nobel? Me parece un poco absurdo, pero no deja de ser una linda anécdota. Yo creo que el día que recibamos un Premio Nobel de Literatura Maradona debería salir desnudo a darle vueltas al Obelisco.


Puntuación: 8/10 ulis

Ideal para leer en: cualquier medio de transporte, al lado de una carpa o arriba de un cerro. No sirve para la playa.

Próximo libro: Le Petit Prince, de Antoine de Saint-Exupéry.

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