miércoles, 2 de mayo de 2012

Santa Evita - Tomás Eloy Martínez

Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a morir. Se le habían disipado ya las atroces punzadas en el vientre y el cuerpo estaba de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin tiempo y sin lugar. Sólo la idea de la muerte no le dejaba de doler. Lo peor de la muerte no era que sucediera. Lo peor de la muerte era la blancura, el vacío, la soledad del otro lado: el cuerpo huyendo como un caballo al galope.



Hace unos años, cuando Tomás Eloy Martínez falleció, me sentí triste. Aunque no había leído ningún libro de él, sí me gustaba como periodista. Recuerdo haber leído la anécdota que decía que Martínez tomaba todos las noches, a las 19:30, un vaso de gin & tonic. Me halagó (tontamente) compartir bebida alcohólica favorita, aunque yo tomo de a dos vasos, y no todas las noches. Recién ahora me vengo a enterar de que además de periodista y escritor, también fue académico y crítico de cine. O sea, un grande.

Santa Evita fue traducida a treinta y siete idiomas y publicada en cincuenta y seis países, lo que debería dar una idea del alcance de esta novela. Porque sí: Evita es una obsesión de los argentinos, depositaria de nuestro amor y de nuestro odio, objeto de debates apasionados, figura de una época que marcó un antes y un después. Es el emblema de toda una generación, un movimiento político, una clase social y una fe. Pero si llegó al imaginario cultural compartido de tantos en el mundo, no es solo porque Andrew Lloyd Webber escribió un musical de Broadway con su nombre, ni tampoco porque Madonna la haya representado en el cine. No; no debe confundirse la consecuencia con la causa. Después de todo, hasta en Ucrania se oyen los ecos de Evita, casi 60 años después de su muerte, en la piel de la ex primera ministra Yulia Timoshenko (ahora presa política).

La cita de arriba es la que da comienzo al relato. Lo que sigue es el ascenso de Evita, su muerte, su beatificación y su vejamen-vejación. Evita es el objeto de devoción de una fe enorme (baste recordar los sacrificios y las ofrendas que se presentaron cuando estuvo enferma), pero esta fe es pagana y, aunque suene paradójico, sacrílega. Se le atribuyen milagros, pero también maldiciones. No es tarea fácil abarcar en un solo libro la inmensidad del mito, sobre todo porque Evita está llena de contradicciones, de glorias y miserias. Pero Tomás Eloy Martínez lo logra, tomando solo lo que nada tiene de mitológico: su muerte y el viaje nómade que emprende su cuerpo. Es cierto que todos dicen que este tipo de ídolos populares se convierten en leyenda solamente si mueren jóvenes (como Gardel, el Che Guevara, Kurt Cobain o James Dean), y el mito de Evita empezó, como los otros, en vida. Sin embargo, Martínez demuestra que en muerte Evita siguió su ascenso divino y ahí, a diferencia de los otros, se convirtió en santa.

Ahora bien, decir que Santa Evita es una novela es 50% mentiroso, puesto que casi todo lo que narra acerca del cuerpo en sí es cierto. Flores y velas sí aparecían al pie de su ataúd aunque los militares se empecinaran en moverlo de aquí para allá, y efectivamente chocó un camión militar que lo transportaba, y así murieron sus tripulantes. Su cuerpo sí estuvo en el cine Rialto (hasta hace poco El Teatro de Colegiales, hoy Teatro Vorterix), y el Dr. Pedro Ara sí escribió El Caso Eva Perón (el otro día lo vi, de casualidad, en una librería de usados cerca de casa). El gran mérito de Martínez periodista fue encontrar todas esas fuentes y meterlas en un solo libro; el de Martínez escritor, meterlas en una novela e imaginar el mundo de lo que no se dijo.

Ah, y el Coronel Moori Koenig se volvió loco en serio.

Puntuación: 9/10 ulis

Próximo libro a leer: El sabueso de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle

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